ANÉCDOTAS Y LEYENDAS

Leyendas y anécdotas son hechos históricos que emanan de la tradición oral más pura. Suelen pasar de abuelos a padres y de padres a hijos, generación tras generación, y aunque en principio están basadas en la realidad, poco a poco tienden a ir perdiendo la originalidad, pues casi siempre tienden a distorsionarse con el correr de los años, hecho que es bastante evidente en las más antiguas.

Leyendas y anécdotas son narraciones no escritas y muchas veces, por su propia naturaleza, meras fantasías, hechos inexistentes o fuertemente desvirtuados que iniciaron su andadura un día y acabaron cobrando cierta veracidad. Otras veces, por el contrario, se inspiran en hechos reales que acontecieron en un momento determinado, aunque nunca quedan a salvo de las lógicas distorsiones. En cualquier caso son un testimonio vivo de la historia popular más genuina que el intelecto humano ha ido creando en todas las latitudes.

Huyendo de las bombas

En noviembre de 1936, y en plena guerra civil, hubo una incursión aérea nacionalista contra la Fábrica de la Pólvora de Jabalí Viejo. Varios trimotores Junkers y algunos Savoia italianos participaron en la acción; estos bombarderos provenían, con toda probabilidad, de algún aeródromo de la zona de Granada, en poder de las tropas de Franco desde principios de la guerra.

El revuelo y la confusión que se armó fue enorme; todos corrían sin rumbo fijo, unos a esconderse, otros a ponerse a salvo, otros a coger el pistolón.

-¡Al río, al río… -gritó alguien – las bombas no explotan en la arena…!

Y las cercanías del río Segura se llenaron de una masa famélica y asustada que buscaba mil y un escondrijos donde protegerse de la amenaza. A muchos ancianos que estaban impedidos o no podían correr, los ocultaron bajo los limoneros, en cobertizos de cañas y otros quedaron en sus casas, confiando en que ninguna bomba cayera cerca.

Los bombarderos lanzaron algunas bombas que cayeron muy cerca de la fábrica aunque, según las crónicas, apenas hicieron daño. El pánico fue su efecto más demoledor. Alguien, en una de las pasadas, disparó sobre los aviones con un arma corta, descargando su ira sobre los agresores, y creyendo reconocer a un rayero que, al parecer, combatía en las filas franquistas, aunque sin resultado práctico como es lógico suponer. Hubo algunas reacciones airadas por parte de algún miembro del comité popular, algunas amenazas a la familia del supuesto aviador reconocido, aunque sin mayores consecuencias. Este fue uno de los sobresaltos de la guerra, vividos en nuestro pueblo, aunque, en general y durante toda la contienda, se vivió una situación de relativa calma.

Este hecho histórico está en fase de investigación por el C.E.R., dentro del capítulo dedicado a la guerra civil española.

Las fuentes milagrosas que no lo eran tanto

Finalizando la década de los años 50 circulaba un rumor que, aunque propio de personas excesivamente crédulas y escasamente formadas, corría de boca en boca con el mutismo que corre un secreto a voces : se decía que en el año 1960 el mundo se iba a acabar, premonición posiblemente inspirada -aunque los medios de comunicación eran escasos- en la situación de guerra fría que vivía el mundo de entonces y la amenaza de confrontación nuclear entre las dos superpotencias mundiales, ferozmente enfrentadas.

Un día cualquiera del año 59, aparecieron unas fuentes a modo de pequeños manantiales en el lecho del río Segura, en su margen derecha, que muchos atribuían a una intervención sobrenatural y misteriosa. La gente iba a coger agua de esas fuentes y más de uno estuvo a punto de caer rodando por el terraplén del río, lleno de cañas, maleza y arbustos silvestres puesto que bajar, manteniendo el equilibrio, era toda una aventura dado el pronunciado descenso hasta el cauce, que en aquel tiempo venía bastante menguado. Las fuentes, sin embargo, no tenían nada de sobrenatural ni mucho menos de milagrosas: eran simplemente filtraciones de un brazal que los topos habían minado con decenas de pequeñas cavernas, en descenso hacia el río, y que la propia fuerza del agua había ido ensanchado y actuaban como escorrentías naturales. Otras, sin embargo, las formaba el propio nivel del cauce que se filtraba entre las bardomeras y fluía en las hondonadas de la orilla. Las milagrosas fuentes, cuya agua muchos conservaron como remedio de males, se acabaron cuando las crecidas de septiembre y octubre elevaron el nivel de las aguas a su altura normal. Y ahí finalizó el prodigio, como se pudo comprobar más tarde.

El susto que vino del cielo

Mediando la década de los cincuenta ocurrió en nuestro pueblo un incidente que solo puede tener explicación por el estado de desinformación en que vivía el vecindario en aquellos años. La prensa de entonces (los diarios La Verdad y Línea) apenas eran leídos por unos pocos rayeros, los más pudientes, puesto que el grado de humildad y pobreza era tal que comprar un periódico era un lujo que la mayoría no se podía permitir. La radio, curiosamente, era el medio más escuchado, pero de ella solo interesaba la música y aquellas canciones de Imperio Argentina, Manolo Caracol, Antonio Molina, Concha Piquer, La Niña de la Puebla y unas jovencísimas Lola Flores y Sara Montiel que entonces empezaban a hacerse famosas; también las archiconocidas novelas radiofónicas de Guillermo Gautier Casaseca, los programas humorísticos de Pepe Iglesias El Zorro y la retransmisión de los encuentros futbolísticos.

Con los dedos de una mano se podían contar los rayeros que estuviesen al tanto de los grandes acontecimientos mundiales o los avances de la ciencia y la tecnología, por eso cuando una vecina, a la que vamos a llamar María, salió a la calle en aquellas primeras horas de una bochornosa tarde de junio y alzó la vista al cielo, no pudo reprimir un grito de pánico que alertó al vecindario de la calle Palmera, haciendo que muchos salieran a la calle.

María, presa del pánico, no podía articular palabra. Temblando, sudorosa e histérica solo atinaba a señalar hacia el cielo, en el que una extraña nube blanca, delgada como una cuerda, cruzaba el pueblo de este a oeste, avanzando con cierta rapidez y alargando aún más la misteriosa estela que el sol iluminaba fuertemente.

Pasados los primeros momentos de tensión y desconcierto, cábalas y aspavientos, alguien dijo que aquello era un avión a chorro, que así se conocía en aquellos años a los nuevos reactores, de los que el ejército del Aire español poseía varios escuadrones, gracias en parte a los acuerdos económico-militares firmados en el año 1953 con EEUU, tras la visita del presidente Eisenhower. Pero esto lo supimos mucho más tarde y no en aquella bochornosa tarde de julio de 1955.

Anarquista... por la gracia de Dios

Cuentan que, recién terminada la guerra civil, muchos rayeros fueron detenidos y enviados a prisión; estos vecinos –hombres y mujeres, indistintamente- se habían significado en defensa de la República o habían formado parte de los comités populares. Tras un período de tiempo de prisión preventiva eran sometidos a juicio, normalmente Consejos de Guerra, cuyos veredictos iban desde las condenas más leves hasta la pena de muerte, según el criterio de los vencedores y, por supuesto, de la gravedad del delito o falta.

Como afortunadamente en La Raya de Santiago no hubo delitos de sangre, los procesos –y las condenas- fueron relativamente livianos. Se celebraba aquel día uno de estos Consejos y entre el bloque de procesados había varios rayeros, uno de ellos -al que llamaremos Pepe- es el protagonista de nuestra historia. Pepe era analfabeto, un hombre sin apenas formación y sin conocimientos, con un índice intelectual bastante bajo; aquella mañana se encontraba entre el grupo de reos que escuchaban la retahíla de acusaciones del fiscal, que las recitaba con cadencia monorrítmica. Solía interrogar a algunos de ellos, escogidos al azar, y le tocó el turno a nuestro paisano. Éste, entre la tartamudez nerviosa que tenía y el acoso verbal del letrado, no daba pié con bola, rojo, sudoroso, frotándose las manos, no atinaba a responder a las preguntas.

-Pero ¿es usted anarquista? ¿Sí o no?...

Y nuestro amigo Pepe, venciendo los nervios y como para darle un toque solemne a su declaración, exclamó entre leves tartamudeos:

-¡¡Yo soy anarquista…. por la gracia de Dios!!

(Ignoramos la reacción del tribunal, pero a buen seguro que alguno no pudo reprimir una íntima carcajada).

A la carcel por estar en la foto

Como muchas de las anécdotas de post-guerra que relatamos, ésta que ahora ofrecemos la tuvo que vivir en sus propias carnes una mujer rayera que muchos conocimos y es ya fallecida. Y su caso demuestra hasta que punto el simple sentimiento de venganza formó parte, en bastantes casos, del ideario de los vencedores.

En los primeros y turbulentos meses de la guerra civil se produjo en Murcia uno de los hechos más triste de los que sucedieron en esta zona: el asesinato del cura Sotero, un episodio sangriento que hizo sonrojar de vergüenza incluso a muchos republicanos. Este clérigo fue torturado y posteriormente asesinado, su cuerpo arrastrado por las calles murcianas y colgado luego su cadáver mutilado, para mayor escarnio, en el barrio del Carmen, en cuya parroquia había ejercido su ministerio.

Un enorme gentío presenció el suceso. Unos, simplemente, se limitaron a mirar, otros a jalear a los autores del crimen y a vociferar, puño en alto. Según ha trascendido -y todo indica que es cierto-, unos derechistas tomaron fotografías de la muchedumbre, ocultos desde alguna ventana de los cercanos edificios, fotografías que una vez acabada la guerra fueron a parar a manos de la nueva policía franquista. Muchos de quienes estuvieron en aquella Plaza en 1936 y pudieron ser identificados, dieron con sus huesos en la cárcel y entre ellos nuestra vecina Genoveva, que pasó un tiempo encarcelada, solo por haber estado en el lugar equivocado a la hora menos oportuna. Este relato nos lo contó ella misma poco antes de su muerte y, como nos contó, fue la foto mas cara de su vida.