HISTORIA E IMÁGENES

El pueblo que nació tras una riada

PUEBLA DE SOTO TRAS LA RIADA
El 18 de octubre de 1545 tuvo lugar la riada de San Lucas, llamada así por haber ocurrido en esa festividad y siendo la primera que se denomina con el nombre del santo del día. Esta riada causó enormes destrozos en aldeas, lugares, pueblos y ciudades del valle de Murcia, incluida la propia capital. Afortunadamente no causó víctimas, por sobrevenir al mediodía y alertar a los huertanos, que pudieron ponerse a salvo, sin embargo los daños en infraestructuras, casas, arbolado y plantíos fueron enormes.

PRIMEROS POBLADORES LLEGANDO A LA ALQUERÍA DE ALFOX
En el lugar de la Puebla de Soto tenía sus posesiones, que compartía con su hermana Catalina, Rodrigo de Puxmarín y Soto, caballero de la Orden de Santiago y Regidor del Concejo murciano. Rodrigo de Puxmarín estaba casado con Catalina de Guzmán, hija de los Señores de Albudeite; tenían dos hijas, Francisca y Catalina y su mansión se encontraba en Murcia, en los aledaños de la Catedral.

El territorio sobre el que se funda la nueva población

ALQUERÍA DE ALFOX
Las tierras de la antigua alquería de Alfox, junto a la acequia del mismo nombre, aparecen ya reseñadas en una de las primeras particiones que el Rey conquistador Alfonso X hace a los prohombres castellanos, catalanes y aragoneses, en el siglo XIII. La alquería fue pasando por diversos propietarios a lo largo de los años, hasta formar parte del patrimonio familiar de los Puxmarín, presentes en Murcia desde 1.350.

CONSTRUCCIÓN DEL PUEBLO
La alquería de Alfox toma el nombre de la acequia, abierta por los árabes, muy probablemente en el siglo XI, y tomando sus aguas de una mayor llamada Alquibla (hoy de Barreras), en el paraje que denominamos La Boquera, en el antiguo Camino del Palomar. A principios del siglo XVI, año 1510, comienzan a llamarla RAYA (existe un acta del Concejo murciano en que así consta). El nombre, según Robert Poklington, puede derivarse de la raíz árabe Araía y de ahí derivaría en el topónimo Raia, sin embargo, otra posibilidad mucho más lógica es que la acequia tomase el nombre, ya en plena conquista cristiana, de un rico hacendado aragonés, Bernardo de Rayat, que poseyó muchas tierras por estos pagos.

Rodrigo de Puxmarín funda el pueblo

RODRIGO DE PUXMARÍN Y SOTO
Tras la riada, Puxmarín tomó la decisión de no reconstruir sus posesiones en la Puebla de Soto, sino que tomando los moradores y sirvientes de su parte se trasladó a los terrenos de la antigua alquería de Alfox, junto a la acequia Raya, donde fundó un nuevo lugar de población, entregando tierras a los nuevos colonos por el antiguo sistema de luísmo y fadiga, para que edificaran sus casas y le fueran censaleros perpetuos a él y a su familia. Todas estas condiciones y capitulaciones fueron recogidas en una primera Carta Puebla que se otorgó a finales de 1545 ante el notario de Alcantarilla Damián Bernard Palomeque, el cual falleció antes de tener protocolizada la escritura, por lo que se redactó una segunda Carta, en febrero de 1548, ante el notario Bartolomé de Borovía, que es el texto que ha trascendido hasta nuestros días. De esta Carta Puebla hay sendas transcripciones publicadas por Guy Lemeunier y Maria Teresa Pérez Picazo y también por Pedro Olivares Galvañ y su esposa Concha Sánchez Meseguer.

Puxmarín, al fundar la nueva población, la denomina La Raya de Santiago, uniendo los nombres de la acequia y el de la Orden militar a la que pertenece y de la que llegará a ser Comendador en los últimos años de su vida. Podemos decir que, a diferencia de otros muchos lugares, La Raya de Santiago es un pueblo que se funda sobre una estricta planificación territorial, sobre las directrices de un plano, de ahí el trazado de sus calles y plazas y su singular forma trapezoidal (que es el casco histórico), determinado por su ubicación junto al cruce de la acequia Raya, el Camino Real de Andalucía y un malecón que manda construir para prevenir los efectos de las riadas, en el lado de poniente. Son treinta y tres los primeros pobladores que, procedentes del vecino lugar de la Puebla, conforman la raíz de la nueva sociedad rayera, que iría creciendo gracias a su privilegiada ubicación junto a un camino principal, en las inmediaciones del río Segura, con tierras fértiles en las que no falta agua para el riego y a escasos kilómetros de la capital murciana.

El nuevo lugar de población crece y prospera

En un bosquejo histórico, como el que ofrecemos en este portal, es imposible encerrar en unas pocas páginas casi quinientos años de Historia, por lo que debemos generalizar, subrayando los hitos más importantes.

La Raya de Santiago fue creciendo en población a medida que pasaban los años, como un importante lugar dentro del territorio huertano en las cercanías de la capital. Su situación junto al Camino Real de Andalucía, sus fértiles tierras de abundantes cosechas, su producción de seda y el dinamismo de sus gentes, nos convirtieron en un referente para otros lugares. Muchas crónicas, al referirse a este pueblo, le describen como un lugar frondoso junto al Camino Real y de gran prosperidad, incluso es reseñado en un mapa del siglo XVIII, como una de las poblaciones importantes de Murcia-capital.

La Raya de Santiago tenía la categoría oficial de lugar de realengo y de su iglesia parroquial dependieron otras, como la de La Puebla y El Palomar, contado el Curato rayero con cinco sacerdotes; también a finales del siglo XVIII, en el Padrón de Contribuciones, figuran varios pueblos como anexos al nuestro ( entre ellos Rincón de Seca y la Voznegra).

MOLINO DE PUXMARÍN HACIA 1695
La importancia de La Raya de Santiago no solo está históricamente demostrada por las crónicas económicas y de censo, sino también por una población en continua expansión al ser lugar de paso de muchos transeúntes, algunos de los cuales se afincaron en el pueblo y fundaron en él sus nuevos hogares.

Pero quizá el hito histórico más importante fue el deslinde territorial y la constitución del Ayuntamiento de La Raya y su anexo la Puebla, en 1821, constitución efectiva que tuvo lugar entre los años 1836 a 1847, alcanzando asimismo la categoría de Villa Constitucional.

Catástrofes y epidemias

ORILLA DE LA ACEQUIA. PRINCIPIOS S. XIX
La Raya de Santiago no siempre tuvo un progreso dinámico e ininterrumpido, ya que como cualquier pueblo huertano sufrió las consecuencias de las catástrofes y epidemias que asolaron el territorio a lo largo de los tiempos. Cada riada –y dependiendo del grado destrucción que provocaba en la huerta- traía aparejada el hambre, la miseria y la delincuencia; también los avatares políticos de cada momento influyeron decisivamente. Las guerras y escaramuzas políticas, las movilizaciones y levas forzosas de mozos en edad militar, provocaron que muchos padres casasen a sus hijos demasiado jóvenes, para evitar que los movilizasen, por lo que al aumentar la familia y las bocas que alimentar, los estados de pobreza se agudizaban. Aún así –y como dato meramente histórico, podemos asegurar que el siglo XVIII fue mucho más benigno que la centuria del XIX, más propensa a las escaramuzas, bandolerismo y epidemias. Las del cólera (1834 y 1854), las del tifus, viruela y otras muchas, mermaron considerablemente a la población rayera, siendo especialmente incidentes en la niñez y en las capas sociales más pobres y desfavorecidas. A partir del último cuarto de siglo, se inició una cierta recuperación y un lento progreso económico hasta el advenimiento de la II República y el estallido de la guerra civil en el año 1936. Antes, en 1918, el pueblo sufrió el terrible azote de la gripe, que causó cerca de un centenar de muertos.

II República, guerra civil y postguerra

El advenimiento de la II República, el 14 de abril de 1931, fue recibido en La Raya de Santiago con la normalidad que caracterizó este acontecimiento histórico en la inmensa mayoría de los pueblos murcianos. Durante este período se consiguieron algunas mejoras para el vecindario, como un Centro de Atención Médica que las autoridades sanitarias abrieron en nuestro pueblo en 1932; a destacar también la conquista de algunos derechos sociales que pretendían elevar el nivel de vida del pueblo, así como la liberalización de algunas rigideces costumbristas, pero la aparición del enfrentamiento ideológico, unido a la incultura de una buena parte de la sociedad, iban a abrir una brecha insalvable entre los españoles que muy pronto iba a tener sus terribles consecuencias.

El 18 de julio de 1936 se abrió el telón de un drama que duró casi tres años y llenó los campos de España de sangre y destrucción. Nuestro pueblo quedó en la retaguardia republicana durante toda la guerra. Muchos jóvenes rayeros fueron movilizados y marcharon al frente de combate del que, algunos, no regresarían jamás; quedaron en una ignota trinchera o en un lejano campo de batalla para siempre.

La vida en la retaguardia en estos aciagos años no tuvo la zozobra e inquietud de otros lugares de España, pues no en vano a toda la zona del sureste de la Península se le llamó el Levante feliz. Hubo mucha escasez y faltaron productos de primera necesidad, sin embargo no hubo esa hambruna que se vivió en otras partes del país. La huerta, generosa, ofrecía sus frutas y hortalizas y ello mitigó en buena medida el hambre de la población. En el orden social, afortunadamente, no tuvimos que lamentar ninguna muerte violenta en el pueblo, pese a algunos enfrentamientos y amenazas, sin mayores consecuencias. Los destrozos causados en la iglesia por elementos incontrolados, la mayoría foráneos, tampoco tuvieron la virulencia observada en otros lugares; gran parte de las tallas históricas fueron puestas a salvo, aunque se perdieron algunas como la de La Divina Pastora o San Calixto (las propias autoridades culturales de la República evacuaron al Museo Provincial a la Virgen de la Encarnación, de la escuela de Salzillo) y los documentos, como el valiosísimo Archivo parroquial, pudieron ser salvados del fanatismo ciego de algunos incontrolados.

El 1º de abril de 1939 terminó la guerra fraticida. Llegaba una dura postguerra de más hambre y persecuciones políticas, que fue especialmente dura hasta 1945, año en que terminó la II Guerra Mundial con la derrota de las potencias del Eje. A partir de aquí la situación fue suavizándose lentamente hasta la expansión económica de los años 60, en donde se inicia, de forma notable, la modernización de España.

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